martes, 18 de octubre de 2011

Stavkirker
 o
El fragor de las flechas que surcan indelebles
la casa de pájaros.

Víctor Rosas Arenas


Encontrar un sendero...
un camino sinuoso quizás que conlleve al mismo mar o mejor aún, un recoveco de mar estrujado en­tre montañas: un paraíso en clímax,  colmado de serenidad, de densos bosques de coníferas boreales, do­minados por pinos silvestres;
abe­tos de ramas abiertas a cielos extensos, de brumosos
atardece­res y niebla de mar que circunda el paisaje.

Aunado a todo el paraíso,
la serenidad del viento distante aporta su presencia al edén,  
casi el paraíso perdido, la eternidad:
¡Hallar la stavkirker!


        Aun en la misma Noruega, su país de origen, es difí­cil hallarlas. Fue precisamente en el alba de la Edad Media, en esa época de fermentos históricos, allá en la infinitud de tiempos inmemo­riales, donde inician su propia his­toria.

       No sólo en Roma, o en el mundo anglosajón, sino también en los pueblos bárbaros, los vencedores, fueron conquistados por la religión de los vencidos: el cristianismo, para dar paso a La Cristiandad que pronto tomaría su plenitud.
Al igual que el Imperio Romano, el mundo de los bárba­ros se iría también extinguiendo muy lentamente, y es precisamente ahí, en los bosques sagrados donde ondinas y demonios ti­ranizaban los senderos misterio­sos; los descendientes de Atila “el Azote de Dios” o Alarico “el saquea­dor de Roma”,  y los normandos, ni un ápice a la zaga, pu­sieron en circulación su nombre: Vikingos o Madjus "demonios paganos".

       Los vikingos, adoradores del su­premo Odín, el dios principal de la mitología nórdica, y su metamorfoseante figura en infinidad de kenningars; del todopoderoso Thor (dios del trueno y de las batallas); del malvado Loki (el dios timador); del lumino­so Baldr por su belleza física y su sabiduría; y de múltiples divinidades paganas vinculadas a una jerarquía tan difusa como mutable.

        Guerreros de rubias cabelleras ondeantes al viento; de una audacia que rayaba en la te­meridad misma del yelmo y el blandir de las espadas; de una feroci­dad única, con un insaciable apeti­to casi antropófago por las mujeres, por el botín y por la sangre. Escurridizos e incansa­bles, habían sembrado el pánico que rayaba ya en el terror sangrien­to de la maldad de la guerra: en la espada y el dolor, en la herida profunda y el hervor de sangre.

       Su táctica militar era la de los comandos: aparecían de repente por el mar a bordo de sus veloces drakkars (dragones); atacaban rápidamente y se retiraban con el jugoso botín: “una caballería demoniaca del mar". (Quizás el mismo Leif Ericson, hijo de Erík el Rojo, había descubierto Norteamérica antes que otros históricos navegantes.)

       Mientras los drakkars se dirigían amenazadoramente hacia el sur, por inhóspitas rutas, desde el mar del Norte hasta el Mediterráneo, bordeando la península Ibérica has­ta la misma Italia, en navegación de cabotaje; otros intrépidos hombres, con otras armas distintas, y quizá no menos poderosas, se dirigían hacia el norte a un en­cuentro fragoso pero de hondas consecuencias: los misioneros. Se trocó así el martillo de Thoir (mjollnir) a favor de la cruz de Cris­to.

       Los cantos de los antiguos gue­rreros se irían perdiendo en el tiempo, el eco de sus sonoras aliteraciones se fue debilitando al conjuro de nuevas formas melódicas lati­nas que cantaban a Cristo o vidas de santos. Así fueron las gestas de los escandinavos, normandos, francos, druidas  y germanos en sus zafios castillos, en sus repentinas apa­riciones en drakkars: la fusión del mundo bárbaro y la cristianización y con ello la construcción, muchas de las veces en siglos, de stavkirkers: las pequeñas iglesias de ma­dera en la lejana Noruega.

       Después de la caída de Roma en 476 d.C., se desarrollaron en las sociedades prefeudales más
evolu­cionadas, un conjunto de estilos artísticos y arquitectónicos que se conocen de forma genérica como "estilo de las invasiones bárbaras". Estos estilos regionales se carac­terizaron por el uso de formas zoomorfas y complejos motivos decorativos. Los templos paganos más antiguos se construyeron en madera y sirvieron como modelo para las primeras iglesias de Noruega, sustentadas por grandes mástiles de maderas tan fuertes como el mismo acero y denominadas: stavkir­ker.

       Las Stavkirker's, como naves en tierra que sur­can el mar de la infinita fe religiosa, en los umbrales mismos de la cristiandad, en los umbrales mismos de brillos de espadas y casquetes de… la última esperanza: ¡hallar la stavkirker!


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